DESPEDIDA EN HELSINKI
Después de 9 meses
–nuestro hijo podía haber nacido en ese tiempo–
te volví a telefonear.
En el teléfono tu voz sonó cansada, un tanto indiferente
mientras acordábamos ir juntos a la manifestación.
–nuestro hijo podía haber nacido en ese tiempo–
te volví a telefonear.
En el teléfono tu voz sonó cansada, un tanto indiferente
mientras acordábamos ir juntos a la manifestación.
En la avenida Mannerheim soplaba la ventisca de nieve
y los tranvías avanzaban lentamente como fantasmas.
Lo único que no parecía tener frío era la estatua ecuestre de Mannerheim.
Llegaste justo cuando la manifestación iba a empezar.
Luego caminamos juntos en silencio.
Mi brazo se balanceaba al mismo compás que el tuyo
y en una ocasión traté imperceptiblemente
de pasártelo por los hombros pero lo esquivaste igual de imperceptiblemente.
Oí a nuestras espaldas gritar:
NIXON MURHAAJA! ¡NIXON ASESINO!
y los tranvías avanzaban lentamente como fantasmas.
Lo único que no parecía tener frío era la estatua ecuestre de Mannerheim.
Llegaste justo cuando la manifestación iba a empezar.
Luego caminamos juntos en silencio.
Mi brazo se balanceaba al mismo compás que el tuyo
y en una ocasión traté imperceptiblemente
de pasártelo por los hombros pero lo esquivaste igual de imperceptiblemente.
Oí a nuestras espaldas gritar:
NIXON MURHAAJA! ¡NIXON ASESINO!
Después estuvimos en el restaurante Bellevue seis horas
nos bebimos tres botellas de vino hablando sobre las divisiones
en el partido comunista finlandés.
Me dijiste que te llamaban estalinista, que eras dura,
pero nuestros tres años juntos no los rozamos ni con una palabra.
Como buenos comunistas evitamos hablar demasiado de Stalin.
Cuando nos levantamos y salimos
ya era de noche y hacía frío, la ventisca soplaba desde el cabo de Skat.
Nos quedamos parados en silencio un rato.
Un taxi solitario esperaba a unos metros.
por primera vez en 9 meses observé tu rostro.
Estaba vacío
pero tus ojos estaban desnudos y abiertos
como aquella vez que nos agenciamos unas vacaciones en Åland:
en el mismo instante en que los tanques rusos invadían Praga
nos penetramos mutuamente una y otra vez y no supimos nada, nada
hasta días más tarde cuando todo había terminado, todo había pasado
y febrilmente hicimos llamadas telefónicas interurbanas…
Unos copos de nieve se habían pegado a tus pestañas, el taxi esperaba
y me recorrió un vértigo:
¡Yo podía haber aterrizado en tus ojos!
¡Podía haber aterrizado!
nos bebimos tres botellas de vino hablando sobre las divisiones
en el partido comunista finlandés.
Me dijiste que te llamaban estalinista, que eras dura,
pero nuestros tres años juntos no los rozamos ni con una palabra.
Como buenos comunistas evitamos hablar demasiado de Stalin.
Cuando nos levantamos y salimos
ya era de noche y hacía frío, la ventisca soplaba desde el cabo de Skat.
Nos quedamos parados en silencio un rato.
Un taxi solitario esperaba a unos metros.
por primera vez en 9 meses observé tu rostro.
Estaba vacío
pero tus ojos estaban desnudos y abiertos
como aquella vez que nos agenciamos unas vacaciones en Åland:
en el mismo instante en que los tanques rusos invadían Praga
nos penetramos mutuamente una y otra vez y no supimos nada, nada
hasta días más tarde cuando todo había terminado, todo había pasado
y febrilmente hicimos llamadas telefónicas interurbanas…
Unos copos de nieve se habían pegado a tus pestañas, el taxi esperaba
y me recorrió un vértigo:
¡Yo podía haber aterrizado en tus ojos!
¡Podía haber aterrizado!
Pero no aterricé, solo sentí cómo arrancabas
los últimos restos que de ti había en mí.
los últimos restos que de ti había en mí.
Peter Curman
Poeta y crítico sueco nacido en Estocolmo el 3 de enero de 1941.
Poeta y crítico sueco nacido en Estocolmo el 3 de enero de 1941.
Versión de Francisco J.
Uriz
(Fuente: 101 poemas nórdicos.
Casa del Traductor, Tarazona, 1995.)
(Foto © Niklas Sjöblom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario