La casa de Pablo Neruda, en Isla Negra.
(Foto © Fundación Pablo Neruda)
MAGIAS DE ISLA
NEGRA
Era antes del nombre y de los aparecidos. En el principio. Era el campo y
el cielo y la marea
y las distancias. Era el viento y los Álvarez y los Díaz y
los Pérez y los Espinozas.
Entonces, antes del nombre, Isla Negra, mascarona, maternal del mar.
Érase una vez, andariegos, abuelas, amigos, abuelas; bailarinas, las horas,
sombras, las advertencias.
Era magia de muchos colores, de tiempos y lugares y piedras y animales.
Anillos de magias. Entierros y suertes, relumbres y quejidos, males y tesoros.
Tiempo de magia en trigo virginal, gaviotas confidentes, pródigas las
ágatas, tomates rotundos como lo más álgido del galope, pudor con las niñas de
turquesa litoral.
Isla Negra en un limbo de carretas al alba, cantando arenas y guitarras,
lomas y amores y quebradas.
Cuentan que la luna se bañaba desnuda en Cantalao. Córdova era testigo de
cuchillos y yerbas,
y liebres y gemidos. Érase la Cueva del Pirata recogiendo
ecos de naufragios y talismanes en senderos arriesgados.
Fue el tiempo, la Cruz del Sur y el rumor del planeta, lentas las cenizas,
balbuceantes los peces, asombrado el picaflor en los aloes, y llegaron los
Llancas y Sobrinos y el poeta, los con señales
de fuego y de la tierra, los de
agua y el aire y las raíces.
Y la magia se hizo más magia, con amarillo y azul y mucho naranja, en los
bordados con que florecían los Crepuscularios.
Sigue la magia asomando en huevos de oro, magia mala en miradas y
alfileres, magia sana con
la cruz y otro color de la mirada.
Magias de Isla Negra, presencias infaltables, cuando hay que dar la mano en
la desgracia y la alegría, bálsamo cálido en la muerte, júbilo lozano en la
fiesta del amor.
Magia de la Isla, mascarona del mar, confiese usted, Don Pablo, el ovillo
de magias de la Isla. Confiese, Don Pablo, que aún vive en Isla Negra y llega
al árbol del poeta, allí donde el árbol
y el poeta besan y se van.
Poeta, fabulista, ensayista, educador comunitario y psiquiatra chileno,
nacido en Santiago en 1931.
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