Curanderas en el barrio limeño de La Victoria.
(Foto © Gaby Fil)
RECUERDOS DEL DILUVIO
(Lima, 1995)
(Lima, 1995)
Un
borracho desnudo proclama el fin del mundo,
caído sobre un charco de grasa de automóvil.
caído sobre un charco de grasa de automóvil.
Dos millones de
insomnes deambulan
entre los pasadizos de la sombra de un sueño.
Seis tábanos anidan confiados
sobre el ojo de un ciego que acaricia un laúd.
Una hoguera lejana, en las colinas,
como la torpe imagen de un infierno más grato.
Zapatos de charol, uniformes, pistolas.
Niños en los semáforos que venden crucifijos,
esquivando los coches. Un carro de infusiones
para curar el cáncer, una báscula
para que el transeúnte pueda saber su peso,
grasa y fetos de llama para ungüentos y hechizos.
Un tipo que se ofrece para escribir esquelas.
Un batallón de hambrientos amontona basura
que un batallón de hambrientos devorará más tarde.
Nubes de kerosene se llevan por el aire
las almas condenadas de los muertos.
La materia me observa transcurrir junto a ella,
como un acorde más del alarido
de un dios inconsecuente y torturado.
Al borde del volcán, sentados a la orilla del diluvio.
esperamos el fin de una batalla
que ni puede acabar ni ha tenido principio.
La incontable materia de este mundo
se amontona y dispone en ocasiones
según la ley perversa de un imbécil,
por el indescifrable humor de una pura conciencia
que solo acierta a hablar con pesadillas.
entre los pasadizos de la sombra de un sueño.
Seis tábanos anidan confiados
sobre el ojo de un ciego que acaricia un laúd.
Una hoguera lejana, en las colinas,
como la torpe imagen de un infierno más grato.
Zapatos de charol, uniformes, pistolas.
Niños en los semáforos que venden crucifijos,
esquivando los coches. Un carro de infusiones
para curar el cáncer, una báscula
para que el transeúnte pueda saber su peso,
grasa y fetos de llama para ungüentos y hechizos.
Un tipo que se ofrece para escribir esquelas.
Un batallón de hambrientos amontona basura
que un batallón de hambrientos devorará más tarde.
Nubes de kerosene se llevan por el aire
las almas condenadas de los muertos.
La materia me observa transcurrir junto a ella,
como un acorde más del alarido
de un dios inconsecuente y torturado.
Al borde del volcán, sentados a la orilla del diluvio.
esperamos el fin de una batalla
que ni puede acabar ni ha tenido principio.
La incontable materia de este mundo
se amontona y dispone en ocasiones
según la ley perversa de un imbécil,
por el indescifrable humor de una pura conciencia
que solo acierta a hablar con pesadillas.
Carlos Marzal
Poeta, prosista y ensayista español, nacido en
Valencia en 1961.
(Fuente: Revistatlántica, Cádiz, núm. 20
(1999.)
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